7/5/16

La princesa muerta. Capítulo 4


¿Todavía no has leído el capítulo 3? Léelo aquí.

— ¿Podemos hablar en privado? — pidió el rey, mirando a su hija con ojos suplicantes.

— ¿Por qué? ¿Acaso te avergüenzas de algo? ¿O es que tienes algo que esconder? — inquirió ella.

— No. Sólo quiero disfrutar de un momento en privacidad con mi única hija.

Ella se quedó pensativa durante unos momentos. Miró con ojos dulces al muchacho que le acompañaba quien le devolvió una mirada con cariño. Entonces, se dirigió a su padre y le habló con voz firme:

— Mi marido vendrá con nosotros. A él no le oculto nada.


El rey examinó más detenidamente al chico de cabellos castaños y rebeldes que le miraba con sus enormes ojos azules. Era chico de buen ver y no supo si su mirada era de preocupación hacia su esposa o de recelo hacia él.

Ante la duda del rey, Candela susurró:

— Es la mejor oferta que vas a conseguir.

— De acuerdo — suspiró derrotado.

Salieron hacia la noche cerrada sin estrellas, y la carencia de una luna que los perseguía. Los tres permanecieron en silencio, hasta que ella rompió el hielo:

— ¿Sabes qué era lo que realmente me gustaba hacer? Vendía las joyas que me regalaban los pretendientes y compraba con el dinero obtenido comida y medicinas. Me gustaba ayudar a los enfermos, llevarles todo lo que necesitaban, estar a su lado. Enseñé a algunas personas de los barrios bajos a leer y escribir para que eso ayudara a otros. Me gustaba hacer reír a los niños con mis estupideces y mis bromas.

— ¿Los regalos de los pretendientes? — el rey se mostró sorprendido.

— Sí. ¿Acaso no te acuerdas? Todos esos chicos que me mandaban regalos antes de que tú te decidieras a casarme con ese maltratador presuntuoso.

— Realmente lo siento. Y ya he pagado por mi error. Todos estos años no he vuelto a ser el mismo.

— Yo tampoco he sido la misma. No he encontrado otra forma de aprovechar ese poder de que disponía para conseguir beneficios para los demás. He debido conformarme con apañármelas yo misma como he podido.

El muchacho seguía sin murmurar palabra. No quiso meterse en el asunto que sólo concernía a su bella esposa y a su padre.

— Y como mamá, la princesa murió joven y siendo amada por el pueblo. A ti no te recordarán así — susurró con palabras llenas de veneno.

— A mí me recordarán como el rey que tenía una maldición. Su mujer murió joven y su hija también.

— A diferencia de Valeria, que reinará perfectamente cuando tú abdiques o mueras.

— Lo tenías todo planeado, ¿verdad? ¿Incluso quién gobernaría? — Cada vez se encontraba más estupefacto y desconcertado.

— Mi prima siempre fue la siguiente detrás de mí en la sucesión al trono, así que supe que dejé en buenas manos al reino. Ella siempre ha estado enamorada del príncipe Eduardo y, por fortuna, es recíproco. Así que sé que ella será feliz cuando se case y desde pequeñita siempre me dejó claro que fui un ejemplo a seguir, así que hará lo correcto cuando gobierne.

El rey quedó asombrado ante los planes de su hija. Lo había planeado todo con absoluto y minucioso detalle.




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