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La princesa muerta. Capítulo 3

Cabecera La Princesa Muerta by eldesastredemaria
El rey apareció ante aquella casucha pequeña. La miró con aprehensión y pena. Si aquello era cierto, no podía creerlo hasta que no lo viera con sus propios ojos. Llamó a la puerta y una señora menuda y entrada en carnes le abrió. Lo reconoció enseguida por las insignias y los dos guardias que le custodiaban. Ella enseguida hizo una reverencia; sin embargo, él la hizo levantarse y preguntó si podía adentrarse en aquella austera y humilde vivienda.

— Su Majestad, ¿realmente Vos querría entrar en esa pobre casa? ¿Qué espera hallar?

— Me han dicho que vive aquí una joven llamada Caterina, ¿es cierto?

— Sí, Su Majestad, es cierto. Una muchacha de cabellos dorados y ojos grises. Es dulce y encantadora. ¿De qué la conocéis?

— Si es quien yo pienso, la conozco de hace muchos años. ¿Puedo esperarla?


La mujer volvió a hacerle una reverencia y él se sentó, quedándose sus dos guardias en pie. Al ser el rey, se sacaron varios platos de los mejores manjares de aquel podrido lugar, pero él no los probó. Aquella comida le daba repulsa. De repente, todos los presentes que se hallaban en la casa, escucharon unas risas que procedían del exterior y se acercaban rápidamente. Cuando se abrió la puerta, el rey se sintió consternado y sorprendido, a la vez que complacido y aliviado. Ella se dio cuenta de su presencia y se miraron a los ojos, pero en los de ella había decepción, preocupación y tristeza. Los guardias también quedaron sorprendidos, pero no se movieron ni un ápice, mientras que el rey se apresuró a levantarse tan veloz como pudo y abrazó a la hija que creía muerta. Ella se quedó paralizada y aturdida, sin saber cómo actuar. La acompañaba un joven muchacho.

— ¿Qué desea Su Majestad? No esperábamos tal honor en estas tierras tan humildes.

— Emprendí desde tierras muy lejanas a éstas una búsqueda que parece haber concluido.

— Nos honra su presencia, Su Majestad, pero aquí no hallará lo que busca.

— Ya he hallado lo que buscaba.

— Con todos mis respetos...

— Tú no tienes que hablarme con tanta cortesía, eres mi hija.

— Le recuerdo, Su Majestad, que su hija Candela murió hace ya unos cuantos años. Todo el mundo es conocedor de tan trágica noticia.

— Tú eres mi hija.

— No, yo me llamo Caterina y mi familia es ésta que ves aquí. Familia no es quien comparte lazos de sangre, sino aquella que te cuida, te comprende y vela por ti cada día.

Aquello le dolió al rey más que un puñal envenenado en el costado. Ya era terrible haberla perdido creyéndola muerta, pero más lo era sabiendo que seguía viva y llena de odio y rencor hacia él. Que su muerte no había sido más que un montaje para alejarse de su lado.

— Yo no creía realmente que él te hacía daño, hija mía.

Candela — que ahora se hacía llamar Caterina — quedó conmocionada tras sus palabras. Tardó varios minutos en conseguir que le saliera la voz.

— Te lo dije miles de veces y no me creíste — dijo ella, saliéndose de su papel de inocente.

— Eras una princesa rebelde que se oponía a casarse. Cuando me suplicaste que te buscara a otro potencial marido, cualquiera con el que casarte, no importaba duque que príncipe, no pensaba que lo dijeras en serio. Creía que simplemente era otro de tus trucos para desobedecer mis normas.

— ¡Te lo juré por mamá! — bramó indignada y fuera de sí —. ¡Y eres tan cómplice de esos maltratos como lo era él! Yo no era feliz así, sino a mi manera. De la forma que tú nunca aceptaste ni quisiste. Me encerraste en el palacio, ¡estaba deprimida! ¡Me lo habías quitado todo! Hasta mi libertad. Mi vocación era ayudar a la gente, no estar rodeada de idiotas que no eran conscientes ni les importaba los problemas del pueblo. Era lo mismo que mamá hacía hasta antes de morir. Estuvo ayudando a los demás hasta que la enfermedad se llevó su último suspiro. La gente la amaba, por ese motivo acudió tanta gente a su entierro.

— Cayó enferma por mezclarse entre la muchedumbre y la porquería intentando ayudar y descuidó a su marido, a su hija y a todo el reino.

— Murió siendo muy querida. Y yo quería ser como ella, pero sólo esperabas de mí que diera una buena imagen ante los demás miembros de la realeza. Te sentías orgulloso de mí cuando me ponía vestidos coloridos con los que me sentía estúpida, pero no cuando ayudaba a los demás. Jamás te ha importado el pueblo. La gente también me quería a mí. Muchos me decían que era la viva imagen de mamá... y por el mismo acudió tanta gente a al mío. No creas que no estuve allí presente, contemplándolo desde la lejanía.



¿No has leído el capítulo 2? Léelo aquí.

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