30/9/16

Historia de Shasian [Spin-Off de "El Ángel del Mundo Oscuro"]



Un sonido me sobresaltó mientras dormía. Una vez más, vi a Shasian, llorando en sueños. Me acerqué a ella y le sacudí el hombro, para despertarla. No se despertó. Sin embargo, sí pareció relajarse. Al rato volví a despertarme. Esta vez, Shasian se levantó de su improvisada cama y se alejó del grupo, a la misma vez que las lágrimas le corrían enloquecidas por las mejillas. Necesitaba saber qué era lo que le perturbaba, así que no lo pensé dos segundos y salí tras ella en silencio para no molestar a nadie. Gabriella no notó mi ausencia. Shasian se había sentado en una roca plana que sobresalía a través de la hierba. Cuando me vio, abrió los ojos como platos, completamente sorprendida.

—Creo que es mejor que saques de dentro todo eso que te atormenta. No se lo diré a nadie si es lo que te preocupa.

Creí que tendría que insistir más a Shasian, ya que por lo general era bastante orgullosa. Sin embargo, tanto era el tormento que guardaba en su interior que no dudó en desahogarse.

>>Mis padres nacieron en el Mundo Oscuro, pero se dejaron engatusar por las modernidades del tuyo. Las comodidades y la tecnología eran imprescindibles para ellos. Irónicamente, fue lo que acabó con ellos. Murieron en un accidente de tráfico cuando tenía once años. Acabé en un orfanato a la espera de que alguien me adoptara, ya que detestaba aquel lugar. Con dieciséis años decidí escaparme, quería volver a este mundo. Pero no tenía ni idea de cómo. Anduve varias semanas viviendo en las calles como una vagabunda, deseando que uno de los portales se abriera ante mí. Tanto la buena como la mala suerte llegaron de la mano. Un tipo me encontró tiritando de frío en un callejón. Era alto y robusto, de pelo negro como el tizón y con unos ojos tan oscuros que aterraba mirarlos. Tenía una cicatriz alrededor del cuello. Tendió una mano hacia mí, a modo de ayuda. Cuando me levanté, me preguntó con su voz grave:

"¿Serías capaz de hacer cualquier cosa con tal de salir de aquí?"

>>Asentí. Cuando me volvió a preguntar, asentí de nuevo. Se llamaba Víctor y era el capitán de una tripulación. Entonces me llevó a una casa antigua. La tripulación estaba formada por siete hombres. Además, había un segundo de abordo. Tenía el cabello dorado y los ojos lilas, lo que mostraba a simple vista que formaba parte del Mundo Oscuro. Al igual que yo, sus padres habían sido emigrantes. Su nombre era Eduardo. Todos se escondían allí mientras esperaban que se abriera unos de los portales. Su intención era pasar a través de él de forma ilegal a escondidas de Cefas y sus seguidores. No eran unos tipos muy legales que digamos – Shasian sacudió la cabeza.

>>El resto de hombres me miraron sorprendidos al verme. Al parecer, no estaban acostumbrados a convivir con mujeres. Prácticamente todos me lanzaron rápidos vistazos maliciosos. Unos punzantes escalofríos me recorrieron todo el cuerpo desde la punta de los pies hasta la raíz del pelo. Eduardo hizo una mueca de disgusto. Estaba a punto de decir algo cuando Víctor le interrumpió con un "tranquilo". Cuando estuvimos dentro, uno de los hombres – de nariz aguileña, piel olivácea y ojos hundidos – preparó varios platos de patatas asadas con pollo. No era fácil ignorar los ojos de todos aquellos robustos hombres fijos en mí. Después de la comida, los tripulantes se dirigieron a una habitación en común llena de literas. Víctor me condujo hacia una habitación individual muy pulcra y ordenada compuesta simplemente por una cama y un armario.

—Dormirás aquí – me dijo.

—¿Que? — Detrás de nosotros se encontraba Eduardo. Era su habitación.

—No es necesario echarle – dije educadamente – puedo dormir en cualquier otro sitio.

—¿Quién ha hablado de echarle? — preguntó con sorna. Dormiréis juntos. Si es que dormís...

>>Me quedé helada. Aquel hombre no me había ayudado por caridad. Esperaba un servicio especial por mi parte. Eduardo parecía disgustado.

—Vamos, Eduardo. Últimamente te noto muy estresado y una mujer hermosa es lo que necesitas para quitarte la tensión – entonces me miró a mí —. Puede que te pida alguna noche que te mudes a mi habitación.

>>Una inmensa impotencia me inundó el cuerpo y sentí flojear mis piernas, como si estuviera a punto de romperme en pedazos y caer al suelo. Entonces Víctor salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Todavía pudimos escuchar su risa al otro lado. Eduardo y yo pasamos unos minutos en silencio, completamente petrificados. Él rompió aquella incomodidad, tranquilizándome:

—Tranquila, sólo dormiremos. Al menos, eso intentaré.

—¿Por qué?

—No me parece justo para ti. Pero Víctor lleva razón, necesito la compañía de una mujer.

>>Varias noches pasamos durmiendo juntos en su cama, sin rozarnos siquiera, haciéndoles creer a Víctor y los demás tripulantes que éramos amantes. Sin embargo, notaba la urgencia de Eduardo con sus miradas penetrantes y sus pequeños roces contra mí de forma intencionada. Me pregunté cuánto tiempo me quedaría hasta que tuviéramos que dejar de fingir. Lo descubrí tres días después cuando, sin previo aviso, Eduardo comenzó a besarme, estando ya metidos bajo las sábanas. Nunca había conocido varón, así que lloré muchísimo. A partir de eso, todas las noches transcurrieron igual y a él dejó de importarle si yo caía enferma o si le suplicaba perdón. Con el tiempo evitó mirarme a los ojos y comprendí que se sentía avergonzado. A pesar de su comportamiento, cada noche ocurría lo mismo. Eso no fue lo peor de todo.

>>Un día, mientras Eduardo y Víctor se encontraban fuera de la casa, la tripulación se abalanzó sobre mí. Cuando llegaron y se encontraron con el panorama, Víctor le restó importancia. Por otro lado, Eduardo enfureció como mil demonios y, haciendo demostración de su fuerza sin pretenderlo, pegó una brutal paliza a todos los tripulantes. Víctor siguió impasible; se mantuvo al margen. Su actitud mostraba que absolutamente todo le daba igual, incluidos sus tripulantes. No se preocupó por ninguno de ellos. No los auxilió ni se interesó por su estado. Eduardo les amenazó con matar al que osara volver a tocarme. Sin duda, me pregunté el motivo. Así me granjeé el odio de la tripulación. Tal era el miedo que tenía a que me mataran en ausencia de Víctor y Eduardo que, pese a las amenazas del segundo, prefería mantenerme encerrada en la habitación con un buen cerrojo. No sé si fue por el arrepentimiento de sus actos, aunque deduzco que sí, pero la actitud de Eduardo cambió. Empezó a preocuparse por mis necesidades. En una ocasión me trajo una bolsa llena de ropa femenina, ya que siempre llevaba uniformes de la tripulación. Mis viejas ropas habían sido tiradas a la basura. De hecho, llegó a llevarme libros, collares, dulces y otro tipo de cosas que ni siquiera necesitaba.

—¿Durante cuánto tiempo se mantuvo así la situación? — pregunté interesado, intentando ocultar mi horror.

Shasian lo había pasado horriblemente mal. No era difícil de entender que era un trauma adolescente que jamás podría llegar a superar. Me sentí identificado con ella hasta cierto punto, ya que recordé los momentos de incertidumbre después de aparecer en el Mundo Real sin recordar dónde había pasado los últimos ocho meses.

—Hasta el día que se abrió el portal. Pero no sé cuánto tiempo pasó exactamente. Bastantes semanas. Aquel día fue un caos. El tripulante que hacía la guardia en ese momento llegó bastante agitado cuando dio la noticia. Todos se pusieron manos a la obra. Eduardo me agarró de un brazo y tiró de mí para que me diera prisa. No recordaba qué se sentía al traspasar los portales y, al hacerlo, me sentí aturdida y mareada. Al principio, suspiramos aliviados, pues no había rastro alguno ni de Cefas ni de ninguno de sus súbditos. Ni cinco minutos tardamos en darnos cuenta que se trataba de una trampa. Se produjo una pequeña batalla en la que murieron dos tripulantes de nuestro bando. De los pertenecientes a Cefas, ni idea. Huimos hacia el Bosque Negro donde pasamos un par de meses. El tiempo era irrelevante. Eduardo no volvió a acercarse a mí. Se limitó a cuidarme. Me sentí contenta con aquello. Ellos solían encargarse de cazar y vigilar, mientras que a mí me mandaban a recolectar frutas, siempre acompañada de algún tripulante. Por las noches, siempre había dos personas haciendo guardia. Ante aquellas circunstancias, Víctor dejó a un lado su pasotismo y mostró su verdadero carácter violento. Vivíamos estresados y eso hacía que él se enfadara constantemente. Le pegaba a toda la tripulación, incluso a mí. Cosa que odiaba Eduardo, el único que se escapaba de sus palizas.

—¡Maldita sea, Eduardo! — gritó él —. Parece que le estés cogiendo cariño a esta niñata. Ten claro cuál es su cometido.

>>Yo sabía a qué se refería. Y cuando Eduardo no estaba a la vista, Víctor me maltrataba igualmente, tanto física como psicológicamente. Estaba harta. Amenazaba con matarme. Y sabía que el día que terminara de perder la poca paciencia que le quedaba, no dudaría en hacerlo. Tenía que escapar. Una noche, con el pretexto de ir a hacer pis, lo intenté. Ninguno de los dos guardias pensó que yo tuviera las suficientes agallas para hacerlo. Al menos, eso creía yo. Uno de ellos me pilló a medio camino. Me tapó la boca para no gritar y me susurró al oído:

—No es nada personal. Es la misión que nos ha encomendado Víctor a todos. Lo siento por Eduardo, creo que se ha enamorado de ti.

>>Después, me tiró por una pendiente escabrosa llena de rocas puntiagudas. Supuse que me dio por muerta. Cualquiera lo hubiera creído. Acabé inconsciente. Cuando me desperté me encontraba en una cama blandita y enorme con sábanas de franela llena de cojines. Me encontré a mí misma cubierta de vendas y escayola. Recuerdo que olía a pan recién hecho.

—La casa del mago – adiviné. Ella asintió con la cabeza.

—Sí. Me encontró en la explanada al final de la pendiente mientras buscaba plantas medicinales. Pasó meses curándome, haciéndose cargo de mí. A su vez, me escondía de aquellos tipos que me daban por muerta. Nunca supe qué pasó con Eduardo, cómo se tomó mi muerte. Pero tampoco importa mucho ya. Han pasado demasiados años y, a pesar de sus buenos gestos, sigue formando parte de un pasado que deseo olvidar. Aunque sé que es imposible. Ya maté en una ocasión a uno delos tripulantes de Víctor. Fue una casualidad. Otro murió en la batalla contra Cefas, ya que se unió a él. Lo vi morir ante mis propios ojos. Él me reconoció, pero apenas tuvo un par de segundos para reaccionar. Quelthar lo mató. Tengo intención de llevarme por delante a tantos como encuentre. Pero lo primordial de la promesa que me hice a mí misma es matar a Víctor. Aunque sea lo último que haga, Óscar. Uno de los motivos por los cuales os ayudo en esta misión es por él. Oí hace años el rumor de que se encontraba allí. Supongo que Eduardo también estará allí. Y el resto de tripulantes, si no le han abandonado.

 —Siento muchísimo toda tu historia, Shasian. No tenía ni idea.

—Eso es porque no suelo hablar de ello.

—Sólo deduje por mí mismo que había algo que te perturbaba. Estuve a punto de preguntarle si también tenía intención de matar a Eduardo cuando ella se pasó un dedo por debajo de los ojos y me suplicó:—Vámonos a descansar, Óscar.

No copies. Todos los textos de mi blog están registrados en SafeCreative.

No hay comentarios:

Publicar un comentario