14/10/16

El nacimiento de Uriel [Durmiendo con el Mal]



Se sentía a salvo y protegido en aquel lugar, un lugar cerrado, húmedo y muy calentito. Aunque no podía ver nada porque todo estaba oscuro. Flotaba y buceaba entre aquellas aguas del paraíso de la comodidad. Estaba en un infinito mar de felicidad y no quería irse de allí. Se movía y retorcía, chocándose contra las paredes blanditas y protectoras en aquel espacio exquisito. Llevaba una vida perfecta. Cuando tenía hambre sentía que se le llenaba el estómago con deliciosos manjares, sin que él los hubiese pedido. Y después de ponerse las botas dormía plácidamente durante horas.  O él era cada vez más grande o su pequeño agujero estaba encogiendo. Ambas opciones le parecieron un verdadero disparate. Nada crece o disminuye si no es por alguna razón.

Un día, mientras practicaba choques contra las paredes ─ era divertido ─ escuchó por primera vez el sonido de una voz, algo insólito y nuevo para él, ya que jamás había presenciado nada igual.

Entonces ocurrió algo que jamás pensó que pasaría porque era malo. Sintió que pasaba del cielo al infierno en un duro proceso en el cual no conseguía asimilar lo que le estaba pasando en realidad. El líquido calentito que le envolvía comenzó a desaparecer por un orificio que él antes jamás había visto. Por primera vez experimentó la sensación de frío, que azotaba su cuerpo desnudo y mojado. No podía estar pasándole aquello. Era demasiado cruel. Alguna fuerza sobrenatural comenzó a succionarle hacia aquel agujero. ¡Oh, no! ¿Qué pasaría ahora? Sintió cómo su cabeza salía poco a poco. ¿Qué encontraría fuera de su cómodo escondrijo?

Entonces comenzó el suplicio. Escuchó voces, unas alegres, otras histéricas. Animaban a alguien. También oyó una voz llena de esfuerzo y horror, gritando hasta casi romper la barrera del sonido. Sintió unas manos que le agarraban cuidadosamente. Pero odiaba aquel contacto. ¡Quería volver a su hogar!  Cuando salió por completo a la superficie todo fue mucho peor de lo que él había temido. Odió aquel nuevo y drástico cambio y comenzó a llorar. Igual así se apiadaban de él y conseguía convencerlos para devolverlo a su casa. Sólo necesitaba llorar. Cuanto más llorase, más posibilidades tenía. O eso creía él.

─ Padre Santiago, coja al bebé un segundo.

─ Oh, Dios ─ espetó el cura con repugnancia ─. Tiene la marca del demonio.

─ Padre Santiago, no haga caso, son sólo leyendas.

─ No, no lo son.

─ Por favor, tenéis que cuidar de él ─ dijo una voz femenina muy fatigada ─. No sé donde está su padre y yo noto que apenas tengo fuerzas hasta para respirar.

El cura la miró escéptico.

"Obvio que no sepa donde está. ¡Maldito sea!".

Su hermoso rostro mostraba cansancio y agotamiento. Estaba cubierto de una fina capa de sudor y respiraba con dificultad, como ella misma había señalado. Todos estaban reunidos a su alrededor, contemplando como la vida se le escapaba de entre sus últimos suspiros. Entonces el cansancio se apoderó de ella y cerró los ojos para sumergirse en un sueño eterno. Sin embargo, su rostro estaba lleno de paz, su sonrisa de alegría y su última palabra fue: Uriel.

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