28/6/16

La esfinge faraona

Cabecera Historias de pesadilla by eldesastredemaria
Nota: Las entradas que se encuentran en la etiqueta "Historias de pesadilla" no son muy elaboradas o desarrolladas, porque son pesadillas reales que recuerdo de pequeña y que, al ser tan extravagantes e imposibles, no quise dejar en el olvido. Por lo tanto, nada tienen que ver con el resto de obras escritas.

La pequeña Matilda jugaba tranquilamente en el sillón del despacho de su padre. La inocencia de los niños es infinita, por eso no sospechó nada malo cuando un espectro apareció ante ella. Lo tomó como un compañero de juegos. El espectro interactuó con la niña sin que ella se diera cuenta, en forma de juegos infantiles. De alguna forma, la dejó marcada. Diez años después, al cumplir la mayoría de edad, ya mayor, ya convertida en jovencita, descubrió que estaba embarazada sin haber conocido varón.

El espectro era en realidad una esfinge, una faraona que había muerto hacía miles de años sin haber cumplido su sueño de convertirse en madre. Y es procedente de otro mundo, paralelo al nuestro, entre la vida y la muerte. Su novio, al enterarse de la noticia, montó en cólera y le pegó una paliza, dejándola completamente inconsciente. Cuando Matilde despertó, se encontró sumergida en el mundo de la esfinge. Todos cuanto allí moraban, le temían a la poderosa faraona.

Ella lo que deseaba era poder tener un hijo que seguir con su legado. Deseaba tener el hijo que no había podido tener al estar viva y, por consiguiente, su única solución había sido recurrir ir al mundo de los humanos. Entonces Matilde se dio cuenta de que, de repente, ya no estaba embarazada, pero sí de que tenía una enorme cicatriz.

¡Le habían robado al niño!

No dudó en merodear y buscar continuamente la forma de encontrar a la esfinge por aquel mundo de sombras hasta que dio con ella. La esfinge, hermosa hasta lo doloroso, pero tan fría que intimidaba. Tenía a su hijo en brazos. Se sentaba en un trono de oro con piedras preciosas incrustradas en él. Pero Matilde no se iría de aquel mundo sin luchar. La faraona depositó cuidadosamente al niño en una cuna con sábanas de seda. Matilde corrió hacia ellos con los ojos inyectados en sangre, mientras la esfinge alzaba las manos para crear una barrera protectora que la alejara de ella y del que consideraba su hijo. Matilde cerró los ojos fuertemente y logró atravesar la barrera. Cogió a su niño en brazos como buenamente pudo ante la cara horrorizada de la esfinge.

De repente, todo aquel mundo desapareció. Se hallaba en su cómoda y calentita cama. Al lado de ésta, se encontraba la cuna con sábanas de seda y sobre ella, su niño. Se levantó y le dio un beso con mucho cuidado, sin querer despertarle.



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