1/7/15

El jardinero psicópata



Ángela se encontraba en el vestíbulo de la mansión de Sergio. Él era rico y guapo. Bueno, sus padres. Asquerosamente ricos. Y ella estaba allí, sintiéndose estúpida ante la grandeza de todo aquello.

- Éste es el jardinero, Carlos - dijo su padre -. Os enseñará todo tipo de cosas relacionadas con la botánica. Los años le han convertido en un viejo experto.

Ángela sonrió, pero cuando los ojos del jardinero se posaron intensamente en los suyos, sintió un escalofrío. El padre de Sergio volvió a hablar al jardinero, y ella pudo desviar los ojos de su rostro. Comenzó a sentir una sensación extraña. Tal vez sólo fuese su imaginación; puede que tan sólo fuera un simple cruce de miradas. Pero él parecía mirarla con incredulidad, sorpresa y... ternura, con una chispa de melancolía y nostalgia.

***

La segunda vez que el jardinero volvió a mirarla, Ángela estuvo segura de que la primera vez no había sido sólo su impresión. Sergio, al verla que se había quedado blanca como el papel, le preguntó:

- ¿Qué te pasa?

- El jardinero... me mira raro.

- ¿Raro?

- Me mira con ansiedad... o de forma posesiva o algo así.

Él se burló. Conocía a Ángela. Había intentado ponerlo celoso de broma en numerosas ocasiones.

- ¿Quieres ponerme celoso con mi jardinero? - se rió -. Con un viejo como él es imposible. Búscate a uno más jóven y guapo, por favor. ¿Te presento al profesor de tenis de mis padres? Creo que ronda entre los veinticinco y los treinta.

Él la agarró por la cintura con suavidad y le dio un beso en el cuello.

- Sabes que podría llegar a ponerme celoso de verdad. Cómo tú eres tan guapa. Y yo por el contrario tan...

- A lo mejor son sólo imaginaciones mías - le cortó ella. Aunque seguía sin estar segura.


***


Había quedado allí con Sergio, aunque ella había llegado demasiado pronto. Seguramente Sergio creyó que ella, al igual que todas las mujeres, tardaba mucho en arreglarse. Pero apenas había necesitado un cuarto de hora para ducharse y cambiarse de ropa. Escuchó unas pisadas y sonrió. Cuando se dio la vuelta, la sonrisa desapareció de su cara. Era Carlos, el jardinero. Oh, oh.

- Hola, Ángela.

- Hola, Carlos. Qué susto me has dado.

- ¿Sabes? Me recuerdas mucho a mi difunta esposa, Carolina. Enriquecedoramente hermosa y bella.

- Em..., ¿gracias? - titubeó Ángela.

- Pareces asustada.

- No... ¿por qué iba a estarlo? - trató de mostrarse tranquila, aunque no lo consiguió. No le gustaba nada la forma en que el jardinero la estaba mirando.

- Pues deberías.

- ¿Por qué? - en su interior, Ángela gritaba de pánico y temor.

- Ya han pasado veinte años desde la muerte de mi esposa... pero yo sigo muy dolido. No me importa sufrir, sigo viviendo por ella. Sigo atado a su recuerdo. Y tú me recuerdas tanto a ella...

- ¡Sergio! - gritó Ángela, sintiendo verdadero pánico. La mirada siniestra del jardinero le transmitía que se acercaba algo malo. Algo realmente malo.

- Igual que ella. El mismo pelo castaño, con los mismos rizos, con los mismos ojos verdes intensos, con las mismas facciones... - comenzó a acercarse más y más a Ángela.

Ella retrocedió. Cogió un cuchillo que había cerca. Ángela se preguntó qué haría allí un cuchillo, en el jardín. Pero se fijó brevemente en que estaba manchado de tierra y cayó en la cuenta de que sería de uso exclusivo para el jardín.

- No te acerques más - le amenazó - pero su pulso le falló y comenzó a temblar. Estaba aterrada.

- ¿Vas a atacarme con un cuchillo de jardinería? Eres ridícula, pequeña.

- Si te acercas más, sí.

- Pero si tú eres incapaz de hacerle daño a una mosca. Seguro.

- Yo... yo...

- ¿Tú qué?

- Por favor, déjame en paz - suplicó.

- Es que te pareces tanto a ella. Sólo me apetece amarte, besarte, abrazarte... hacerte mía.

- Pero yo no soy ella. Y yo no quiero. No te lo permitiré.

- Poco me importa lo que tú quieras o dejes de querer. Cuando yo quiera que seas mía, lo serás.

- ¡¡Nooo!! Sergio vendrá a buscarme en breve.

- Y tú y yo ya no estaremos cuando él venga.

- ¡Ayuda, ayuda!

- Tú grita si quieres, que desde aquí no te va a escuchar nadie. El jardín es realmente grande por si no te has dado cuenta.

Ella salió corriendo, pero sintió una punzada de dolor muy breve en su nuca. Luego, no vio nada. Había caído inconsciente al suelo.



***



Varios días después, el profesor de tenis y dos sirvientas aparecieron muertas. Todos estaban preocupados. Sin embargo, Sergio sólo estaba preocupado por Ángela.

- Ya no me dices nada del jardinero. ¿Ya no piensas que te está molestando con sus miradas?

- No, ya no es un problema. Sólo eran imaginaciones mías.

Pero ella había cambiado completamente su forma de actuar. Ahora parecía más fría y vacía. Y él no podía más que echarse la culpa. ¿Y si en realidad estaba enfadado con ella por no hacerle caso? De repente, escucharon unos gritos en la cocina y ellos bajaron corriendo.
El jardinero, Carlos, estaba intentando deshacerse de los cuerpos que se habían encontrado. Los del profesor de tenis y de las dos sirvientas.

- ¡Tú has cometido todos esos asesinatos!

- ¿Yo? No. Yo no soy capaz de matar a nadie. Sólo deseaba deshacerme de los cuerpos - exclamó con inocencia fingida y burlona.

Todos estaba contra la pared, asustados, mirando como el supuesto asesino mantenía en su mano derecha un enorme cuchillo.

- Entonces, ¿quién ha sido? - preguntó el padre de Sergio.

- Ha sido Carolina.

- ¿Tu difunta mujer? ¿Una mujer muerta ha matado a tres personas que estaban a mi servicio? ¿En serio?

- Estaba muerta.

- ¿Cómo qué estaba?

- Que ya no lo está. Puede que su cuerpo ya esté podrido y descompuesto; y encerrado en un mohoso nicho lleno de gusanos. Pero su alma está presente en uno de vuestros cuerpos. Ha regresado a la vida. Acércate a mí - y tendió una mano en dirección a Ángela.

Con una mirada fría y ausente, Ángela dio un paso al frente. Estaba claro que allí no se encontraba el alma de Ángela. Y en aquel momento Sergio lo comprendió todo. Entendió que Ángela no le mentía con respecto a las miradas del jardinero y entendió porqué había estado tan callada y vacía con él: porque no era ella. Ángela - con el alma de Carolina - avanzó hacia él hasta llegar a su lado. Posó su delicada mano encima de la suya, que por el contrario, era áspera y arrugada, como la de cualquier hombre de su edad.

- Mi dulce Carolina - con la mano libre acarició su mejilla y después la besó en los labios. A todos les dieron náuseas de ver a la jóven y bella muchacha besando a aquel hombre que sería - mínimo - cincuenta años mayor.

Sergio no pudo aguantarlo y en un arrebato corrió hacia ellos. No se lo pensó dos veces. El jardinero no esperó el puñetazo y cayó al suelo por el impulso, con las narices rotas y la cara ensangrentada. Cogió a Ángela por la cintura y vio su cara desesperada al ver la escena. Ella comenzó a llorar, no soportó ver a su amado en el suelo e inconsciente.

- Devuélvemela, maldita endemoniada - la apoyó bruscamente contra la pared y comenzó a sacudirle los hombros con fuerza.

Al momento, todos reaccionaron ante lo que había pasado y los padres de Sergio y el resto de sirvientes ataron y amordazaron al jardinero.


***


Nadie podía creer lo que vio a continuación. Un alma comenzó a salir del cuerpo de Ángela, la supuesta Carolina, que acabó convirtiéndose en volutas de humo. Carlos intentó desasirse de sus captores, pero le fue imposible. Las lágrimas le caían por las mejillas al ver cómo el alma de su esposa desaparecía, dando vía libre al alma de Ángela a aparecer de nuevo.


Este texto forma parte del libro "Pensamientos desastrosos".
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2 comentarios:

  1. Me ha encantado! Has pensado en publicar un libro? Pero no en internet sino impreso. Yo seria la primera en comprarlo.

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    1. Hola, Rainbow Sweet.

      ¡¡Claro que lo he pensado!! Como todos aquellos que escriben. El problema es el dinero, porque hay que invertir mucho :(

      Pero no lo descarto en un futuro. Me alegro mucho de que te haya gustado.

      Un saludo.

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